HECHO EN BERISSO CUENTOS SOBRE INMIGRANTES
EL DESTINO DE DOS HOMBRES
En 1937 Iván Dimitrovich y su familia habían viajado desde Bielorrusia a la Argentina. En Berisso, el destino lo llevó a comprar un terreno contiguo al hogar de un criollo oriundo de La Pampa, llamado Ramón Peralta. Allí los Dimitrovich construyeron su vivienda. Ambas familias convivieron en paz durante años.
En 2009, en el cementerio de Berisso, junto al nicho que guarda los restos de Ramón Peralta, hay una placa que dice: “Aquí yace Iván Dimitrovich”.
LA BABA
Cuando era pequeño sólo existía el presente, el pasado y el futuro no significaban nada.
En aquellos tiempos conocí a un ser pequeño, arrugado y de cabellos blancos que caminaba lentamente y respondía al nombre de "Baba".
Hablaba mal el castellano. Yo también, por eso nos entendíamos perfectamente.
Agigantadas por el valor que otorgamos a lo que sabemos irremediablemente perdido, acuden a mi mente las imágenes de un lugar cálido y pintado con colores de una belleza que jamás he vuelto a ver.
Junto a la falda de la Baba, descubrí y disfruté manjares y aromas exquisitos. Ella hablaba poco, prefería hacer. Cuando colocaba ciertos platos negros en una caja brotaban sonido incomparables. No me enseñaba el nombre de las cosas, dejaba que yo disfrutara de ellas.
Nada había más suave y mullido que sus almohadones.
Yo era feliz.
Bien temprano, atrincherado entre sábanas y cobijas, yo escuchaba a través de la pared el ruido de una puerta al cerrarse, y sabía que ella ya estaba en pie. Pensaba entre sueños : - Ahora golpeará la tierra con ese palo con punta de hierro, después arrancará pepinos para ponerlos en salmuera, le dará de comer a las gallinas y los gansos, juntará huevos...
Ni bien me despertaba, desayunaba apurado y rogaba a mi madre que me dejara ir con mi vecina.
Todos los fines de año, invariablemente se escuchaba su voz débil intentando hacerse oír :” ¡Añíbel! –mi nombre es Aníbal. Yo miraba hacia el sitio desde donde me parecía escuchar su llamado y veía aparecer desde el borde de la pared, que aún hoy separa nuestras casas, un enorme pan dulce recién horneado, sostenido por sus mágicas manos. (...)
En aquellos tiempos conocí a un ser pequeño, arrugado y de cabellos blancos que caminaba lentamente y respondía al nombre de "Baba".
Hablaba mal el castellano. Yo también, por eso nos entendíamos perfectamente.
Agigantadas por el valor que otorgamos a lo que sabemos irremediablemente perdido, acuden a mi mente las imágenes de un lugar cálido y pintado con colores de una belleza que jamás he vuelto a ver.
Junto a la falda de la Baba, descubrí y disfruté manjares y aromas exquisitos. Ella hablaba poco, prefería hacer. Cuando colocaba ciertos platos negros en una caja brotaban sonido incomparables. No me enseñaba el nombre de las cosas, dejaba que yo disfrutara de ellas.
Nada había más suave y mullido que sus almohadones.
Yo era feliz.
Bien temprano, atrincherado entre sábanas y cobijas, yo escuchaba a través de la pared el ruido de una puerta al cerrarse, y sabía que ella ya estaba en pie. Pensaba entre sueños : - Ahora golpeará la tierra con ese palo con punta de hierro, después arrancará pepinos para ponerlos en salmuera, le dará de comer a las gallinas y los gansos, juntará huevos...
Ni bien me despertaba, desayunaba apurado y rogaba a mi madre que me dejara ir con mi vecina.
Todos los fines de año, invariablemente se escuchaba su voz débil intentando hacerse oír :” ¡Añíbel! –mi nombre es Aníbal. Yo miraba hacia el sitio desde donde me parecía escuchar su llamado y veía aparecer desde el borde de la pared, que aún hoy separa nuestras casas, un enorme pan dulce recién horneado, sostenido por sus mágicas manos. (...)